Martín Oesterheld: "El Eternauta no habría existido si no hubieran bombardeado la Plaza de Mayo en el ’55"

  • Publicado el 05/05/2025

¿Qué tienen en común Pino Solanas, Adolfo Aristarain, Lucrecia Martel, Damián Szifron y Bruno Stagnaro? Además de ser parte de un posible Olimpo de cineastas argentinos, todos ellos tuvieron alguna vez proyectos para llevar a la pantalla El Eternauta. No fueron los únicos, pero sí los más conocidos. El que sabe los detalles de la historia toma un café en una coqueta casa del barrio de Agronomía rodeado de ediciones extranjeras de la historieta y con una vida marcada por la obra y la vida de su abuelo, Héctor Germán Oesterheld, el escritor de la mítica novela gráfica.

Martín Mórtola Oesterheld nació en 1974 y es uno de los dos nietos que sobrevivieron a la inimaginable masacre que azotó a su familia materna. Su abuelo, su padre, su madre, sus tres tías, las parejas de todas ellas y varios amigos de la familia fueron asesinados o desaparecidos por la dictadura militar. Martín era pequeño pero jamás se olvidó de un hecho clave en su vida. Es, dice, su primer recuerdo. “La última vez que vi a mi abuelo fue cuando estaba en el Vesubio y tuvimos una especie de despedida –cuenta–. Yo tenía cuatro años y no entendía lo que pasaba. Y todo esto que está pasando es una manera de recuperarlo en sus lectores y en las generaciones que nuevamente lo abrazan, especialmente ahora que crece el sentido de su obra”.

Consultor creativo y productor ejecutivo de la serie que estrenó Netflix, Martín tiene ganas de hablar de su abuelo, de El Eternauta, de analizar la obra, pensar la adaptación y contar la larga marcha iniciada por Héctor cuando salió a vender en 1957 el primer número de la revista Hora Cero semanal en estaciones de tren, número que contenía las primeras páginas de una historieta que fue creciendo hasta convertirse en un hito. Esa aventura de varias décadas llega hoy a un mojón clave: el estreno de la serie que introducirá a las aventuras de Juan Salvo y su gente en los hogares de todo el mundo. Un viaje que comenzó en las largas cenas entre Oesterheld y su amigo “el tano” Hugo Pratt en el chalet de Beccar en las que armaron la editorial Frontera y en la que se inspira la casa de Juan Salvo de El Eternauta, que dibujó Francisco Solano López.

“En todo el mundo siempre se reconoció el trabajo de mi abuelo, de Hugo, de José Muñoz y del propio Solano López en eso que se llamó la ‘línea latina’. Y sobre todo inauguró la lógica de historias de corte más dramático para adultos. Fue algo muy importante para el mundo del cómic internacional, muy reconocido en Europa. Hora Cero –que incluía, además de El Eternauta, a Ernie Pike, Bull Rockett y Sargento Kirk, entre otras– se vendía un montón. Lo leía la gente de todas las clases sociales: los trabajadores, los militares, los más jóvenes, los más grandes”.

La adaptación de Bruno Stagnaro

–¿Tenés idea cómo surge el personaje de Juan Salvo y la historia de El Eternauta?

–De la génesis de El Eternauta no se sabe demasiado, salvo algunas influencias de la literatura inglesa, sobre todo Conrad, Stevenson, Defoe: esa situación Robinson Crusoe que está en la introducción o esa lógica hobbesiana del “hombre lobo del hombre”. Y después es un prisma, un cruce de dos situaciones de actualidad urgente. Una es este recorrido que tiene la historieta de la periferia hacia el centro, estas personas comunes que son débiles pero generosas y que van avanzando hacia una ciudad de Buenos Aires que ya no es la de ellos. Yo siempre pensé que El Eternauta no habría existido si no hubieran bombardeado la Plaza de Mayo en el ’55. El bombardeo genera una relación diferente entre la ciudad y la periferia. Y es, sobre todo, un hecho histórico muy negado. Ese bombardeo marcó la pérdida de la inocencia de lo que era la ciudad. Y por otro lado, la historia tiene una especie de voluntad documental que está en el desarrollo a través del tiempo. Se publicó entre 1957 y 1959 y, en términos artísticos, va documentando lateralmente lo político. En el 58, por ejemplo, se ve esa pintada furtiva de “Vote a Frondizi”, que se inscribe en el pacto Perón-Frondizi.

–Hay algo de relato del presente que se funde con la aventura clásica, pero a la vez la historieta toca algo más filosófico…

–El Eternauta tiene dos aspectos narrativos y el más importante en términos simbólicos es la construcción del relato del Eternauta en sí, al que se le suma la aventura que está adentro. La aventura es una historia lineal y narra la de Juan Salvo, no la del Eternauta. El Eternauta es en quien se va a convertir casi al final de todo, pero es lo más profundo de la narración. Es un personaje condenado a ser un náufrago del tiempo, a tratar de entrar por la puerta exacta de todos los universos posibles para recuperarse del trauma de haberlo perdido todo. Esa circularidad es tan potente que lo metafísico muchas veces compite con la aventura lineal. La serie, hasta lo que se vio, todavía no incorporó del todo ese eje. Pero yo trabajé con Bruno (Stagnaro) en el arco completo de la historia. Y eso creo que le vino muy bien a esta temporada porque se reescribieron muchas cosas en función de entender qué le pasa al personaje. Para mí El Eternauta es el relato de un sobreviviente.

Martín Oesterheld.

–La historia original incorpora también una tradición de cine de ciencia ficción de los ’50 ligada al miedo a los ensayos nucleares.

–Sí, pero a la vez abandona los tópicos anglosajones para consolidar los propios. Ese gesto es un triunfo en sí mismo. No es algo menor correrse de los tópicos anglosajones para contar un héroe de ciencia ficción propio. Es un gesto en términos artísticos muy fuerte. Mi abuelo tenía la idea inicial de hacer circular los personajes creando este famoso héroe colectivo. Es un grupo de personas que avanza sobre algo que no sabe bien qué es ni tiene idea cómo reaccionar. Pero juntos van encontrando la forma de hacerlo. Lo de “nadie se salva solo” puede sonar a frase publicitaria, pero no deja de tener un contenido profundo. Habla de la resistencia y de la lógica del héroe colectivo.

Oesterheld tiene muy en claro que El Eternauta ha alcanzado la categoría de clásico indiscutible. “Es algo que va pasando de generación en generación, que se transformó en un ritual: tu viejo te lo dio, vos se lo das a tus hijos, atesorás tu edición, les comprás una nueva, y así”. Y cree que la magia pasa por esa doble tracción. “Una de las cosas que tiene de maravilloso El Eternauta es que hace despegar el relato clásico. Si te quedás solamente con la aventura podría quedar hasta plano. Lo interesante lo da la circularidad, ese relato casi “conradiano”, nebuloso, de subirte a un barco en un puerto, meterte en una niebla y desde ahí contar. Eso hace que el viaje de ese personaje sea algo mucho más grande que la historia de la resistencia: le devuelve al hombre una relación con el misterio del universo. En eso es único para la época. Y tiene lo bueno que tienen los clásicos porque siempre que los agarrás y los leés tienen algo nuevo para decir. Es soplar en la brasa y que se prenda fuego de nuevo”.

La historia de cómo El Eternauta llega a la pantalla es larga y enredada. Aparece en cierto punto como reacción a los neoliberales años ‘90, apoyada en aquel afiche de “¿Dónde está Oesterheld?”, que empezó a congregar a una generación que no se sentía representada en las formas políticas de esa época. El clima empezó a cambiar en los 2000 y fue así que Martín y otros empezaron a trabajar en la idea de llevar adelante una adaptación audiovisual. Hubo proyectos europeos, muchos arribistas y fue finalmente la productora K&S, gracias al fallecido productor Oscar Kramer –cercano a la obra gracias a su relación con Gisela Dexter, dibujante de la Editorial Frontera y la única mujer del grupo– la que se quedó con los derechos. Entre las opciones que se barajaron para dirigirla, la única que se anunció públicamente fue la de Lucrecia Martel, en 2008. Ese proyecto –que era muy bueno, asegura Oesterheld– se estancó, perdió fuerza y el tema entró en un limbo hasta que la reedición en los Estados Unidos de la novela gráfica El Eternauta, a partir del encuentro en Italia de los originales, revivió el interés en llevarla a la pantalla.

Héctor Oesterheld y su familia.

Las críticas a la reedición fueron extraordinarias, “el mito revivió” y aparecieron proyectos de los Estados Unidos que incluyeron al estudio Universal. Y unos años después hizo su entrada Netflix. Para ese entonces las series ya habían empezado a ser importantes y pronto apareció la posibilidad de hacerla de ese modo, permitiendo una ampliación narrativa del material. “Trabajamos mucho –agrega Martín–. No era sólo una cuestión de guita. El Eternauta nunca fue inadaptable. Era improducible, que es otra cosa. Ahí Netflix se unió a K&S y salió todo de una manera natural. El cuidado y el compromiso de todos ellos con la obra y conmigo es impresionante, especialmente sabiendo lo que significa para mí en términos personales”.

–¿Ahí entra Bruno Stagnaro?

-Él se acercó a K&S con una historia parecida a El Eternauta y Matías (Mosteirín, responsable de la productora) le ofreció hacerla. Y se metió. Yo lo único que pedía era que se filmara en Buenos Aires y con mayoría de actores argentinos. Era mi única condición y eso, que para algunos estudios extranjeros era un problema, era perfecto para Bruno. El garantizaba también una mirada a nivel calle, barrial y de vínculos fraternos que me interesaba un montón. Con muy pocos me hubiera sentido respaldado como me sentí con él. Escribió un armado de una primera temporada, lo leí, discutimos sobre el arco completo de la historia y fuimos entendiendo qué le pasaba al personaje. Para mí Salvo siempre fue alguien un poco roto, un sobreviviente. Bruno tuvo muchísima libertad para hacer la historia que tenía en su corazón. Los demás lo apuntalamos. Él quería ser fiel al lector de la historieta que fue de chico.

–¿Que Salvo sea un excombatiente de Malvinas aparece al trasladarlo a la actualidad?

-Teníamos dos opciones. Una era ir a la dictadura, pero ese es un trauma que come y absorbe todo lo que toca. Y el otro trauma tiene que ver con lo que nos catapultó a esta democracia imperfecta: la guerra de Malvinas, los soldados que murieron en las islas. Y eso le agrega una lectura que me emocionó un montón cuando la leí. Bruno había hecho antes un corto llamado Guarisove y ahí hablaba de cómo se siente Malvinas a la altura de la calle. Soy de la idea de que las Malvinas nos une.

–¿Cómo te llevás con tantos cambios específicos a la trama?

–No es mi idea la de estar patrullando ni rompiéndole las bolas a nadie. No me parece interesante transcribir una obra al pie de la letra. Primero vas a tener que discutir con los fans, con El Eternauta que cada uno tiene en la cabeza. Uno tiene que prestar su Eternauta para que le den nuevos sentidos y para que hablen además de su época. Me parece interesante abrirse a nuevos sentidos, a nuevos universos.

–Es posible que haya una debate con la serie ligada a las grietas que vivimos. ¿Te preocupa?

–Creo que es una obra que habla de lo colectivo y me parece increíble que sea hoy considerada una palabra de resistencia. Este es un gobierno que se siente amenazado por eso y por la cultura. Entiende que hay algo que se le escapa en ese mundo. Y la cultura es el alma de la Argentina. Me parece muy interesante que materiales muy populares como este pongan en discusión el presente. Y si lo pone en discusión y si molesta, en algún punto El Eternauta es eso: un símbolo de resistencia. «

El Eternauta
Basada en la novela gráfica El Eternauta, de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López. Dirección: Bruno Stagnaro. Guion: Bruno Stagnaro y Ariel Staltari. Elenco: Ricardo Darín, Carla Peterson, César Troncoso, Andrea Pietra, Ariel Staltari y Marcelo Subiotto. Disponible en Netflix.

 

 

Entrevista Tiempo Argentino